martes, 4 de octubre de 2011

Lo popular y el discurso dominante


José Pantoja
Los estudios históricos actuales de los grupos populares en las revoluciones, ha dejado atrás en casi todos lados el espíritu combativo de la renovación historiográfica de los años setenta y ochenta, y en general han adquirido un tono más “académico” en el que la moderación va acompañada de una apertura hacia enfoques que han perdido el interés por las relaciones de poder o de clase y han levantado su mirada más allá  sobre los cambios inherentes a las coyunturas para centrarse en las tendencias de continuidad y las supervivencias de lo tradicional en escenarios llenos de conflictos.
En este tránsito se ha alterado desde luego el sentido historiográfico, se ha pasado de la búsqueda del “verdadero rostro” de lo popular, hacia el reencuentro nostálgico con la cultura y prácticas populares, de la búsqueda de la voz al descubrimiento del silencio. Sin embargo, las transformaciones en la práctica historiadora no ha evitado que el problema de fondo subsista, ¿cómo librarse del peso del discurso histórico de la dominación sobre la las voz y los rostros de los grupos populares?
 La dominación de un grupo sobre otro u otros no se sostiene sobre un absoluto de exclusión por el contrario su fuerza está en la continua inclusión del todo social a las relaciones de dominio, la permanente exclusión del poder y de la riqueza social requiere de mantener férrea la relación de sometimiento y explotación. Por ello, los explotados y subalternos encuentran un lugar en el discurso de la dominación, el lugar de la negación. Negación que en su desdoblamiento dialéctico da paso al de la afirmación: un grupo se afirma negando a los otros.
 La negación es una operación pública, abierta, que opera con un amplio cinismo, de aquel que asume legítimamente su poder y lugar: de vencedor. También es cierto que la negación es un ocultamiento, una reducción de aquellos sometidos a un solo valor: el de vencidos. En el discurso de la dominación ambas categorías se vuelven sustancia: un ser.
Distingamos el problema planteando que los explotados y subalternos (o los sometidos a la dominación de cualquier tipo), el pueblo, quedan incorporados al discurso dominante, que le son necesarios, consustanciales y sin ellos el discurso dominante pierde sentido pues este es al mismo tiempo un discurso de la dominación, la narración histórica en sentido historicista[3] es parte de esta acción permanente de dominio cuyo objetivo es mantener vigente la categoría del vencido  y la relación de dominio que la produce.
Es de la relación entre vencedor y vencido que surge la lógica del progreso, en ella queda justificado todo sacrificio, desventura o pérdida (y aquí toda pérdida es humana)  y la derrota de la mayoría y el triunfo de unos cuantos se torna en “buenas” nuevas para todos. La marcha triunfal del vencedor en la historia adquiere en esa perspectiva un valor “positivo” para la humanidad e incluso la “derrota” y el sacrificio humano adquiere también el tono positivo de la victoria pues sirvió como medio en el triunfo del vencedor y queda así incluido en el progreso histórico, el triunfo no sería completo si los derrotados no son incorporados al discurso.
Es al vencedor al que le interesa construir un mundo heroico en el que pueda reconocerse, sólo en el combate de iguales el vencedor adquiere dignidad, sólo en el absoluto cinismo, el vencedor acepta la indignidad de derrotar a un débil destinado al sacrificio. La dominación descarnada alude, para compensarla, a los logros obtenidos o prometidos después de la hazaña, pero la guerra prometica emprendida contra otros hombres para alcanzar designios divinos o humanos está horadada por la ilegitimidad frente a los ojos de los sometidos y condenados de la tierra.


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